La muerte de Gadafi, silenciando a un dictador
Brutales imágenes de la muerte del presidente libio Muamar Gadafi circulan el orbe; Obama y los rebeldes celebran. ¿Pero acaso su muerte no fue el último acto siniestro en esta guerra violatoria de los derechos humanos?
Sangrientas imágenes difundidas hoy alrededor del mundo muestran la muerte del presidente de Libia Muamar Gadafi, quien fue acorralado y asesinado por las fuerzas rebeldes apoyadas por la OTAN en una especie de linchamiento público. Más allá de las excentricidades de Gadafi y su innegable autoritarismo, no hay que olvidar la forma en la que la OTAN invadió Libia, apoyando a los rebeldes desde su gestación, sin tomar mucho en cuenta la ley internacional, devastando el país y ahora posiblemente tomando control de sus recursos (Libia es el país más rico de África).
La muerte un tanto salvaje –las imágenes de snuff son porno de la muerte– de Gadafi tiene varias aristas. Quizás no sea menor el hecho de que convenientemente evita a las Naciones Unidas un juicio que, aunque seguramente representado en los medios como los delirios de un hombres desquiciado, habría sido inquietante para países como Estados Unidos ante la posibilidad de que Gadafi revelara información confidencial, posiblemente hablando sobre la sombría relación entre Al-Qaeda y la CIA o de sus múltiples reuniones de negocios con el ex primer ministro británico Tony Blair (Gadafi dio una muestra cuando dijo ante la ONU que la gripe H1N1 era un arma biológica).
Dictadores que fueron parte del sistema —como Saddam Hussein y Slobodan Milosevic— y que luego fueron incómodos para el orden mundial establecido, fueron asesinados antes de que pudieran defenderse públicamente y declarar en contra de los poderes occidentales que antes los cobijaran (Milosevic murió envenenado estando bajo custodia de la ONU de la manera más sospechosa).
A diferencia del ritual mediático negativo para los intereses de la OTAN que podría ser un juicio por crímenes de guerra en La Haya (los crímines de guerra solo son crímenes cuando se pierde la guerra), el ritual de la muerte de Gadafi, esa carnicería recirculada por todos los medios, sirve como una cruda advertencia a los mandatarios árabes que se oponen al régimen global, y las celebraciones de las fuerzas rebeldes —aquellas infiltradas por la CIA— le sirve a Obama como una prueba en Occidente de que liberó al oprimido pueblo libio de un dictador y está feliz gracias a la magnanimidad de Estados Unidos, el santo patrón de la libertad.
Fuente: Pijamasurf
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«Creo que fue ejecutado», dice analista sobre la muerte de Moammar Gadhafi
El analista político Emilio Viano cree que el coronel Gaddafi fue ejecutado por las fuerzas rebeldes y comenta con RT el futuro de Libia.
El ex líder libio murió al intentar huir de su ciudad natal de Sirte ocupada por las fuerzas del CNT. París confirmó que aviones franceses identificaron y atacaron al convoy militar en el que viajaba Gaddafi, antes de que este fuera alcanzado por los rebeldes.
Varios vídeos difundidos por los medios locales muestran a un Gaddafi herido pero todavía vivo que aparece siendo golpeado por la gente. Según algunas fuentes, un joven de 18 años fue el autor del disparo que acabó con la vida del coronel.
Quién es Zbigniew Brzezinski y cual es su rol en el Plan de Nuevo Orden Mundial (NWO)

Zbigniew Brzezinski.
15 de Agosto de 2010
Brzezinski, ex consejero del presidente estadounidense Jimmy Carter, encarna la continuidad de la política extranjera de los EEUU, lo que no significa que sea una política de tendencia demócrata o republicana. Gran admirador de Henry Kissinger, Brzezinski siempre ha defendido, alabado y demostrado sumo respeto por los dos conceptos de diplomacia del «maestro», el equilibrio de las potencias llevado a teoría por Metternich y la doctrina «containment» elaborada por George Kennan.
Zbigniew Brzezinski preconiza hoy cómo se debe debilitar y acorralar militarmente a Rusia, y está convencido de que la mejor manera es la desestabilización de sus regiones fronterizas, una estrategia política que mucho interés despertó en el equipo del fallido candidato presidencial estadounidense John Kerry, equipo que reclutó a su hijo Mark Brzezinski como consejero para política exterior.
Según el discurso de George W. Bush durante la campaña presidencial del año 2000, hubiéramos podido esperar que asumiera -según la doctrina de su consejero, «el halcón» Wolfowitz-, una actitud rígida, incluso agresiva hacia la Rusia de Vladimir Putin. En vez de eso, hemos observado un trato inédito en las relaciones políticas mutuas de estas dos grandes naciones. Esto ha sucedido después del 11 de Septiembre de 2001.
Muchos observadores y analistas estiman que existía un acuerdo entre Putin y Bush, por el cual la administración norteamericana se privaría de criticar las operaciones militares rusas en Chechenia a condición de que Putin no se entrometiera en las intervenciones e injerencias estadounidenses en el Medio Oriente.
Esta explicación no da la debida importancia a los hechos del 11 de septiembre de 2001 y al contrario los trata como si fueran una abstracción. Otro tanto sucede con los elementos provenientes del Kremlin con respecto a los mismos sucesos. Podemos añadir que las administraciones republicanas han dado siempre una mayor importancia al Medio Oriente, mientras que la tradición política demócrata en política exterior se centraliza más en Eurasia.
Para elaborar su estrategia frente a la entonces URSS, y más tarde para los Estados del Este, recientemente emancipados de la influencia soviética, el campo demócrata se ha apoyado -desde que Jimmy Carter asumió el poder-, en un hombre brillante, pero sin escrúpulos, y también un acérrimo antirruso: Zbigniew Brzezinski.
La doctrina de este conocido profesor ha logrado adeptos fuera del Partido Demócrata, por el simple hecho de haber definido el imperativo absoluto de la supervivencia y la prosperidad del Imperio: la conquista de Eurasia.
Este catedrático nació en Varsovia en 1928, hijo de un diplomático polaco. Brzezinski emigra a Canadá a la edad de diez años cuando su padre fue destacado en ese país. Obtiene una licenciatura y una maestría en la Universidad Mc Gill de Montreal, y, posteriormente, un doctorado en Harvard en 1953, convirtiéndose en ciudadano estadounidense poco después. Contrae matrimonio con la hija del ex presidente checoslovaco Eduardo Benes.
Entre 1966 y 1968 se desempeña como miembro del Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado de los EEUU, donde desarrolla la estrategia de «implicación pacífica» frente y hacia la Unión Soviética, todo esto dentro del marco de la Guerra Fría. En Octubre de 1966 convence al presidente estadounidense Johnson de modificar las prioridades estratégicas de modo que el «deshielo» sea colocado antes de la reunificación alemana.
Durante la campaña presidencial de 1968, Brzezinski preside el grupo de trabajo encargado de la política exterior del candidato demócrata Hubert H. Humphrey, que perdería finalmente ante Richard Nixon.
El inspirador de la creación de la Comisión Trilateral
A principios de los años setenta, Brzezinski se distingue como analista cuando anuncia proféticamente la llegada de actores mayores al escenario del poder mundial. Se trata de Europa y Japón, cuyas economías se han levantado rápidamente después de la Segunda Guerra Mundial.
En un artículo suyo publicado en la revista Foreign Affaire, en 1970, expone su visión de este «Nuevo Orden Mundial»: «Se hace necesaria una visión nueva y más audaz -la creación de una comunidad de países desarrollados que puedan tratar de manera eficaz los amplios problemas de la humanidad. Además de los Estados Unidos de América y Europa Occidental, debe incluirse a Japón (…)
«Un consejo formado por miembros de Estados Unidos, Europa Oriental y Japón que fomentara encuentros regulares entre los jefes de gobierno, pero también entre personalidades menos importantes, sería un buen comienzo». El mismo año, Brzezinski lanza nuevas ideas en su nuevo libro titulado: Between two Ages [1], donde explica que ha llegado la era de reequilibrar el poder mundial, poder que debe pasar a manos de un nuevo orden político global basado en un vínculo económico trilateral entre Japón, Europa y Estados Unidos.
La revolución de las técnicas de producción, el cambio de la industria pesada a la electrónica, debía provocar un trastorno de sistemas políticos y una nueva generación de élites en el poder. David Rockefeller, entusiasmado con estos conceptos, lo contrata entonces para crear la Comisión Trilateral y lo nombra director. Esta fue establecida oficialmente en 1973, y reúne a importantes figuras del comercio mundial, de los medios bancarios internacionales, gobernantes y los grandes medios de comunicación europeos, japoneses y norteamericanos.
Cuando ocurrió el primera crisis petrolera, la principal preocupación de estos maestros de las finanzas mundiales fue la de quitarse de encima la responsabilidad de la deuda exterior de los países en vías de desarrollo, dando mayores obligaciones y fortaleciendo el Fondo Monetario Internacional (FMI). También se trataba para los Estados Unidos, debilitados en aquella época por su fracaso militar en Vietnam, de apoyarse en cada extremo geográfico del continente euroasiático, donde tenían gran influencia después la Segunda Guerra Mundial, con la finalidad de mantener y extender su hegemonía.
Esta misión, vista desde afuera, otorga sin dudas a Brzezinski una imagen de defensor de la paz, portavoz de la disminución de la tensión mundial (Guerra Fría) y de las relaciones multilaterales, e incluso -ante los ojos de la extrema derecha-, una apariencia de globalista inspirado en el Marxismo.
Para llevar a cabo los grandes planes de la Comisión Trilateral, lo mejor era que uno de sus miembros llegara a ser presidente de los Estados Unidos.
El presidente Carter y el doble juego
Desde la creación de la Comisión Trilateral, el pastor Jimmy Carter era uno de los que con seguridad formaban parte del equipo Rockefeller-Brzezinski. Había abierto las primeras oficinas comerciales para el estado de Georgia en Bruselas y en Tokio, cosa que hacía de él la imagen modelo o el concepto fundador de la Comisión [2].
Para su nominación como candidato a las elecciones y la elección presidencial de 1976, Rockfeller puso en funcionamiento sus relaciones en Wall Street y a trabajar a Brzezinski, cuya influencia académica al servicio del candidato demócrata Jimmy Carter fue de gran provecho para que ganara las elecciones. Naturalmente, cuando Carter fue elegido, Brzezinski ocupó el puesto privilegiado de consejero de seguridad nacional [3].
Una vez en su silla, Carter definió como prioridad la reducción del arsenal militar nuclear de los dos bloques (EEUU-URSS). Sin embargo, la crisis de los misiles SS-20 soviéticos apuntados hacia Europa hizo que Carter reaccionara con el despliegue de los mísiles Pershing, lo que arruinó sus esfuerzos, sinceros o no, y puso a ambos bloques en una situación de desconfianza recíproca.
Se puede constatar que en aquella época el campo soviético tenía buenas razones para sospechar que su adversario realizaba un doble juego: la derrota militar de los EEUU en Vietnam les obliga a mantener cierta modestia en el plano militar y estratégico, mientras que Brzezinski preparaba su plan de guerra por mandato, para preparar una trampa y obligar a la Unión Soviética a entrar en un conflicto periférico.
La desestabilización del régimen comunista afgano y el financiamiento y entrega de armas a las primeras milicias jihadistas anticomunistas en 1979 provocaron, como previsto, la entrada del Ejército Rojo en Afganistán. Para ello Brzezinski se apoya en los efectivos servicios de espionaje e inteligencia paquistaníes, el temido ISI.
Cuando la revista francesa Le Nouvel Observateur le realizó una entrevista en 1998, Brzezinski reconoció que el equipamiento de las tropas antisoviéticas de Bin Laden era anterior a la invasión rusa y destinado a provocar su reacción:
Le Nouvel Observateur: El ex director de la CIA, Robert Gates, lo afirma en sus Memorias: los servicios secretos norteamericanos comenzaron a ayudar a los mujaidines afganos seis meses antes de la intervención soviética. En esa época usted era el consejero del presidente Carter y su papel fue clave en este asunto. ¿Lo confirma?
Zbigniew Brzezinski: Sí. Según la versión oficial de la historia, la ayuda de la CIA a los mujaidines se inició en el año 1980, es decir, luego que el ejército soviético invadiera a Afganistán el 24 de Diciembre de 1979. Pero la realidad, mantenida en secreto hasta hoy, es muy distinta: fue el 3 de Julio de 1979 que el presidente Carter firmó la primera directiva sobre la asistencia clandestina a los opositores del régimen pro soviético de Kabul. Aquel día le escribí una nota al presidente en la que le explicaba que en mi opinión aquella ayuda provocaría la intervención de los soviéticos. (…) No empujamos a los rusos a intervenir, pero conscientemente aumentamos las probabilidades de que lo hicieran.
N.O.: Cuando los soviéticos justificaron su intervención afirmando que luchaban contra una injerencia secreta de los Estados Unidos nadie les creyó, sin embargo había un fondo de verdad. ¿No lamenta nada hoy?
Z. Brz.: ¿Lamentar qué? Esa operación secreta era una excelente idea. Tuvo como efecto atraer a los rusos hacia la trampa afgana, ¿y usted quiere que lo lamente? El día en que los soviéticos cruzaron oficialmente la frontera afgana escribí al presidente Carter en esencia: «Esta es nuestra oportunidad de darle a la URSS su Vietnam» (…).
N.O.: ¿Tampoco lamenta usted el haber favorecido el integrismo islámico, haber entregado armas y asesoría a futuros terroristas?
Z. Brz.: ¿Qué es lo más importante ante la mirada de la historia mundial, los talibanes o la caída del imperio soviético? ¿Algunos islamistas excitados o la liberación de Europa Central y el fin de la Guerra Fría?» [4]
(Nota de la redacción de la Red Voltaire: el conflicto en Afganistán desde sus inicios en 1979 ha causado miles de miles de muertos, para algunos observadores un millón de muertos y desplazado gran parte de la población civil del país, en la lamentable condición de refugiado, pero para el Sr. Brzezinski los fines justifican los medios).
Al hablar de «algunos islamistas excitados» en esta entrevista, Brzezinski no subestima el poderío de Al Qaeda, pero caracteriza la realidad de lo que los neoconservadores han erigido en mito a fin de justificar su cruzada mundial. Claro que un miembro del Council on Foreign Relations se cuidaría muy bien hoy de ser tan categórico.
Alianza objetiva con China y apoyo incondicional al Shah de Irán
Si bien Nixon y Kissinger habían jugado decididamente con el miedo al cerco de la Unión Soviética, iniciando un proceso de normalización de las relaciones con China, una parte de los más allegados a Carter desconfiaba de este acercamiento que pretendía Brzezinski.
Al llegar a la Casa Blanca, Carter había afirmado que optaría por el diálogo con la URSS y guardaría distancia con respecto a la República Popular China, pero su secretario de Estado, Cyrus Vance se enfrentó rápidamente a la obsesión antirrusa de Brzezinski y durante todo su mandato Carter tuvo que esforzarse por conciliar los antagonismos de su administración.
Quien hacía las veces de mediador entre estos dos polos era Richard C. Holbrooke, futuro embajador de los Estados Unidos en la ONU y asesor de John Kerry para la política exterior durante su campaña, junto a Mark Brzezinski, hijo de Zbigniew. Según Cyrus Vance y otros partidarios del diálogo, como el renegado demócrata Averell Arriman, la lógica triangular de cerco sólo podía conducir, en el mejor de los casos, a un malentendido con la URSS, cuando no a la guerra.
Preconizaban el diálogo sobre el desarme y la cooperación con la Unión Soviética para neutralizar los conflictos del Tercer Mundo. La normalización de las relaciones con China siguió en marcha. Brzezinski llegó a ultimar un programa conjunto de cooperación estratégica y a mantener buenas relaciones personales con Deng Xiaoping, lo que le vale ser actualmente bien visto entre los chinos.
La misma desconfianza de Brzezinski hacia la URSS se encuentra en su actitud con respecto a Irán, que bajo el régimen del Shah era considerado un baluarte contra la influencia soviética en el Medio Oriente. Así, Brzezinski le aseguró su apoyo al Shah hasta el último momento, y pidió la intervención militar de los Estados Unidos para mantenerlo en el poder incluso cuando una parte de la administración Carter, a la cabeza de la cual se encontraba el secretario de Estado, quería su salida.
Sin embargo, las acciones concretas de Washington fueron dictadas por el punto de vista del Departamento de Estado, y, a pesar de las conversaciones con los generales que derrocaron al Shah para garantizar un régimen moderado al frente del país, fue Khomeini quien ocupó el poder en un ras de mar popular.
Participó con Carter en las negociaciones de Camp David 1 en 1977 y desempeñó un papel en la firma del tratado de paz entre Israel y Egipto sin necesidad de tener que imponer su presencia en el momento culminante de los debates, contrariamente a lo que siempre hizo cuando se trataba de la URSS.
Vuelve la amenaza rusa frente a la hegemonía norteamericana
En 1989 Brzezinski abandona la Universidad de Columbia, donde enseñaba desde 1960, para dedicarse a la elaboración del plan de estatus independiente de Ucrania, lo que marca el inicio de su compromiso con vistas a prevenir el resurgimiento de Rusia como superpotencia. Por el contrario defiende la integración de Rusia al sistema de Occidente y el «pluripartidismo geopolítico» en el espacio de la ex Unión Soviética.
Por otra parte, desarrolla «un plan para Europa» que pasaría por la extensión de la OTAN a las repúblicas bálticas. Sus esfuerzos darán frutos varios años más tarde, especialmente con la integración de las tres repúblicas bálticas a la OTAN en 2002. Durante los años 90 es igualmente el emisario especial del presidente de los Estados Unidos para la promoción del mayor proyecto de infraestructura petrolera del mundo, el oleoducto Bakú-Tbilissi-Ceyhan.
Dicho proyecto representa para él la mejor concretización de sus ambiciones tendentes a impedir el renacimiento de Rusia. Paralelamente preside desde 1999 el Comité Norteamericano para la Paz en Chechenia (American Committee for Peace in Chechnya), instalado en los locales de Freedom House, cargo desde el que pretende intervenir en las negociaciones de paz entre el gobierno ruso y los independentistas dirigidos por Mashkadov.
Sin embargo, estas actividades, cuidadosamente revestidas de buenas intenciones «a lo demócrata» tienen cada vez más dificultades para disimular la realidad subyacente: la de un apoyo encubierto a los independentistas para mantener una guerra periférica, como en Afganistán, a fin de debilitar a Rusia y mantenerla alejada de las ganancias generadas por los recursos del Mar Caspio.
La materialización de la doctrina Brzezinski en el sentido de que «Una potencia que domine Eurasia controlaría dos de las regiones más avanzadas y económicamente productivas del mundo» pasa por la extensión de la OTAN hacia el Este, en lo que trabajó activamente la administración Clinton. ¿Pero cómo venderles esta necesidad de la OTAN a los europeos? «La entidad europea, situada en el borde occidental de Eurasia, y en la proximidad más inmediata de África, está más expuesta a los riesgos inherentes al desorden global creciente que una América políticamente más unida, militarmente más poderosa y geográficamente más aislada (…).
Los europeos estarán más inmediatamente expuestos al riesgo en caso de que un imperialismo chauvinista anime nuevamente la política exterior rusa», explicaba Brzezinski en la revista National Interest en 2000 [5]. Esto tiene el mérito de la claridad: el despliegue de las fuerzas de la OTAN alrededor de Rusia era una medida preventiva. Si Rusia reacciona poniéndose a la defensiva, ello constituiría la prueba de que aspira a restaurar su imperio y a una vuelta al totalitarismo.
Trabajando al mismo tiempo como consultante para BP-Amoco y Freedom House, Brzezinski está encargado en Azerbaiyán de redorar la imagen del dirigente Heidar Alyiev. Para ello no vaciló en calificar al dictador como un «tipo simpático» en una entrevista al New York Times [6]. Como justificación al apoyo anglosajón a la dictadura de Aliyev, Brzezinski argumenta que tras siete décadas de gobierno comunista no puede esperarse que Azerbaiyán y las demás repúblicas de la antigua Unión Soviética adopten la democracia en un lapso tan corto.
Si bien la represión política bajo el régimen de Aliyev tuvo una tendencia a acentuarse durante estos últimos años a medida que disminuían las expectativas sobre las riquezas del Caspio, Azerbaiyán no dejó por ello de pasar del estatus de país «no libre» al de «parcialmente libre» en la clasificación de Freedom House [7].
Al mismo tiempo, en 1999, la secretaria de Estado y discípula de Brzezinski, Madeleine Albright, invitaba a Heidar Aliyev a la celebración del aniversario de la OTAN. Siempre en la misma perspectiva de implantación de la OTAN para permitir a los intereses occidentales, sobre todo petroleros, implantarse en la región, Georgia, Azerbaiyán y Ucrania organizaron ejercicios militares conjuntos el 16 de Abril de 1999 auspiciados por el programa «Asociación para la Paz», de la OTAN [8].
Además de sus actividades de consultante para BP-Amoco y Freedom House, Brzezinski apoya o presta su nombre a todo un sistema de fondos y de ONGs (organizaciones no gubernamentales) que apadrinan a las castas, a los intelectuales y a las élites de la antigua órbita soviética.
Por iniciativa del Comité Norteamericano para la Paz en Chechenia, del que Brzezinski es presidente, tuvo lugar una reunión entre los principales líderes del movimiento checheno entre los días 16 y 18 de Agosto de 2002, en Lichtenstein, encuentro que se realizó dos meses después del realizado entre Bassaiev y Maskhadov, donde se estableció el acuerdo sobre la dirección común de las «Fuerzas Armadas de la República Chechena de Ichkeria».
Los participantes concluyeron que Chechenia no podía seguir incluida en Rusia, que era necesaria una amplia autonomía y que se imponían negociaciones con Maskhadov. La toma de rehenes de Beslán, reivindicada por Bassaiev, ¿forma parte del proceso de reivindicación de independencia de Chechenia o del proceso de desestabilización de Rusia? [9].
Podemos hacernos algunas preguntas a partir del hecho de que la principal consecuencia de esta acción fue el ascenso de las tensiones entre Osetia del Norte y la vecina Inguchia, es decir, una «balcanización» cada vez más importante de la región
Hoy Zbigniew Brzezinski es sobre todo activo en el seno del CSIS, pero sigue siendo el cerebro del programa demócrata en política exterior, de lo que da fe la obsesión del candidato Kerry, y sobre todo de su compañero de candidatura John Edwards, en lo referente a Rusia.
Según los consejos de Mark Brzezinski, eligieron adoptar como primera prioridad la cuestión del desarme nuclear de Rusia, cuando esta ha recuperado su capacidad de producción de petróleo de antes del derrumbe de la URSS y cuando el Estado ruso se beneficia ampliamente del precio actual del crudo, lo que recientemente le ha permitido duplicar su presupuesto de defensa. La cuestión del peligro del vetusto arsenal nuclear ruso no es por lo tanto algo de actualidad, contrariamente a lo que pretende John Kerry.
Su objetivo es otro, más vinculado a la estrategia de subordinación de Rusia defendida desde hace varias décadas por Zbigniew Brzezinski, pero es más difícil de ahora en adelante convencer a la opinión mundial de que Rusia encarna el mal absoluto y de que si no es subordinada volverá al totalitarismo [10].
Para ello hay que provocar su reacción de igual forma que en Afganistán en 1979, pues contrariamente a los Estados Unidos, está a buen resguardo de problemas de suministro energético para las próximas décadas. Así, verificamos una deriva en el discurso de Brzezinski, que calificaba recientemente a Vladimir Putin de «Benito Mussolini ruso», en entrevistas concedidas al Wall Street Journal et au Novaya Gazetta.
Invasión soviética de Afganistán (1979)
A finales de Diciembre de 1979, el Ejército Rojo de la URSS invadió Afganistán con 110,000 tropas terrestres, después de aceptar la petición del PDP (Partido Democrático Popular), de que interviniera en su ayuda, pues la movilización muyahidines provenientes de Pakistán, Arabia Saudí, Irán e incluso Argelia, armados y asesorados por la CIA, amenazaba la estabilidad y viabilidad del gobierno. El Presidente Carter suspendió sus vacaciones navideñas y volvió a Washington para mantener consultas urgentes con sus colaboradores. Brzezinski recomendó a Carter que pidiese al Senado que postergara el estudio del tratado SALT II, cancelara la venta de cereales a la URSS, suspendiera los privilegios pesqueros de los barcos soviéticos, y congelara los intercambios económicos y culturales.
Apoyó la venta de armamento moderno a Pakistán, y aseguró el acuerdo con Arabia Saudita para financiar operaciones de ayuda encubierta a los muyahidines afganos. Cabe resaltar que la intervención de los muyahidines, financiados por Arabia Saudí Osama Bin Laden a título personal y la CIA y entrenados por esta última, comenzó bastante antes de la invasión soviética. Así, el 3 de Julio de 1979, bajo supervisión del Consejo de Seguridad Nacional de Brzezinski, se había firmado ya la primera directiva sobre la asistencia clandestina a los opositores del régimen izquierdista de Kabul. Sin embargo, hay que subrayar que incluso la CIA había reconocido el carácter popular y autónomo del PDP y nunca se refirió al PDP como “agente de Moscú”.
Revolución en Irán (1979-1980)
Ante la inminente revolución iraní, dentro de la Administración Carter, Zbigniew Brzezinski fue el máximo valedor de la estrategia de apoyar hasta el último momento al ya debilitado Sha de Persia. Llegando a sugerir una intervención armada de EEUU para mantenerlo en el poder. Una vez consumada su caída, la estrategia de contraataque se basaría en presionar a Saddam Hussein a atacar a Irán.
En la primavera de 1980, Brzezinski indicó que Washington estaba dispuesto a cooperar con Saddam. Le aseguró que EEUU no se opondría si se apoderaba del suroeste de Irán. También convenció a los Gobiernos amigos de Kuwait y Egipto para que aconsejaran a Iraq que atacase Irán.
Para Brzezinski, los acontecimientos confirmaban una correlación de fuerzas mundiales, y obligaban a EEUU a involucrarse en una guerra encubierta de proporciones multicontinentales contra la infiltración soviética en Oriente Medio y América Central.
Últimos años
Zbigniew Brzezinski es miembro de la junta directiva de Council on Foreign Relations, Atlantic Council, National Endowment for Democracy, Center for Strategic and International Studies, y Amnistía Internacional. Es actualmente profesor en la Paul H. Nitze School of Advanced International Studies de la Universidad Johns Hopkins.
Su hijo Mark Brzezinski es un abogado que trabajó en el Consejo de Seguridad Nacional durante la Administración Clinton, y ha integrado el equipo de asesores en política exterior de la campaña presidencial del Senador Barack Obama. Su otro hijo, Ian Brzezinski, ha asesorado a la campaña presidencial del Senador John McCain.
Fue requerido en 2006 ante una audiencia del Senado de Estados Unidos, donde explico que se podría dar un atentado terrorista como el del 11 de Septiembre, para iniciar la guerra contra Irán, afirmó esto: «Un escenario posible para un enfrentamiento militar con Irán implica que el fracaso iraquí alcance los límites americanos; seguido de acusaciones americanas que hagan a Irán responsable de ese fracaso; después, por algunas provocaciones en Irak o un acto terrorista en suelo americano, [acto] del cual se haría responsable a Irán. Esto pudiera culminar con una acción militar americana «defensiva» contra Irán que sumergiría a una América aislada en un profundo lodazal en el que estarían incluidos Irán, Irak, Afganistán y Pakistán«.
Notas
[1] Between two Ages: America’s Role in the Technetronic Era, por Zbigniew Brzezinski, editorial Harper, 1971. Édition française : Révolution technetronique, editorial Calman-Lévy, 1971.
[2] Es igualmente la Comisión Trilateral la que llevará al presidente francés Giscard d’Estaing a escoger como primer ministro a uno de sus miembros, Raymond Barre, profesor de Economía y sin experiencia política.
[3] Brzezinski llama junto a sí a Madeleine K. Albright (cuyo padre sirvió en Checoslovaquia durante el gobierno del suegro de Brzezinki, Eduard Benes), y a los dos teóricos del conflicto o Choque de civilizaciones Bernard Lewis et Samuel P.Huntington.
[4] Le Nouvel Observateur No. 1732, del 15 al 21 de Enero de 1998, p.76.
[5] Citado en «Bribing Montenegro – It didn’t work», por George Szamuely, antiwar, 15 de Junio de 2000.
[6] «Freedom spells B-A-K-U», Counterpunch Magazine, 1999.
[7] Ver: «Freedom House, quand la liberté n’est qu’un slogan», Voltaire, 7 de Septiembre de 2004 artículo en francés que será pronto publicado por la Red Voltaire.
[8] «U.S. and NATO goals in the Balkans», por Lenora Foerstel, International Action Center, 1999.
[9] «Beslán: La responsabilidad del ataque genocida apunta a los anglosajones» por Marivilia Carrasco, Agencia IPI y la redacción de Voltaire, 19 de Septiembre de 2004.
[10] «115 atlantistas contra Rusia» por Thierry Meyssan, Voltaire, 26 de Noviembre de 2004.
Fuente: 1984
Informante iraquí dice haber mentido sobre armas de exterminio masivo en poder de Saddam Hussein
Moscú, 16 de Febrero, RIA Novosti – El ingeniero iraquí Rafid Ahmed Alwan al Janabi, cuyas confesiones sobre la existencia de armas químicas y biológicas en Irak fueron decisivas para la invasión de 2003, admitió en una entrevista con el diario británico The Guardian haber mentido para provocar la caída de Saddam Hussein.
Al Janabi, apodado como «Curveball» por los servicios de inteligencia de Alemania y EEUU, escapó a Occidente en 1995. A día de hoy, no se arrepiente en lo más mínimo de haber mentido sobre plantas secretas de armas químicas y estaciones móviles de armas biológicas en Irak y afirma que «habría vuelto a hacerlo sin lugar a dudas«.
Negó en términos categóricos que su motivo fuera obtener asilo político en Alemania. «Mi deber era hacer algo por mi país, lo hice y estoy satisfecho porque Irak ya no tiene a un dictador«, aseguró.
EEUU y sus aliados lanzaron una operación militar contra Irak en Marzo de 2003, alegando la existencia de armas de exterminio en masa en poder de Saddam Hussein. El entonces secretario de Estado de EEUU, Colin Powell, mencionó a Al Jabani como fuente de esa información al intervenir en Febrero de 2003 ante el Consejo de Seguridad de la ONU pero un año más tarde reconoció que eran datos no confirmados e imprecisos. Fuentes independientes no corroboraron hasta la fecha que el antiguo régimen iraquí tuviera armas de destrucción masiva.
Fuente: RIA Novosti
Caballo de Troya: Cómo funciona el “golpe de la CIA” en Irán
IAR Noticias – 15 de Junio de 2010
Una invasión militar de Irán por vía terrestre para derrocar al régimen de los ayatolas (el verdadero objetivo de Washington), le costaría a EEUU y a Israel bajas humanas y pérdidas militares imposibles de mensurar. Esta realidad es la que guía (y guió) el diseño de planes estratégicos orientados a desestabilizar Irán y a generar consenso a eventuales operaciones militares aéreas contra instalaciones nucleares y militares de Teherán. Este objetivo, a su vez, generó el diseño operativo de una «guerra por otras vías» para desestabilizar y preparar el derrocamiento interno del régimen de los ayatolas. Esa es la lógica que conduce a la actual operación «Caballo de Troya» de la CIA con los reformistas.
Por Manuel Freytas (*)
El objetivo Irán
Por las líneas geopolíticas de Irán, se trasmiten y retransmiten los teatros de conflicto que atraviesan la escala comprendida entre Eurasia y Medio Oriente, cuyos desenlaces impactan directamente en las fronteras energéticas ubicadas entre el Mar Caspio y el Golfo Pérsico, las claves estratégicas del petróleo y la energía mundial.
De cómo se resuelva el conflicto nuclear con Irán, dependerá el desenlace y la resolución de los conflictos militares latentes en Eurasia y Medio Oriente, las llaves estratégicas que abren o cierran la posibilidad del estallido de una Tercera Guerra Mundial intercapitalista.
En Irán (a diferencia de lo que informa y analiza la prensa del sistema) desde Junio del año pasado no hay un enfrentamiento por un resultado electoral, sino que se utiliza el resultado electoral para dirimir un conflicto más profundo que, por su importancia estratégica, trasciende las fronteras de Irán.
Por las líneas fronterizas de Irán hoy se escriben a corto plazo los ejes matrices y las coordenadas de un desenlace internacional de la guerra intercapitalista por el petróleo y los recursos estratégicos. «Reformistas» y «fundamentalistas» son sólo piezas funcionales de ese tablero en Irán.
Una invasión militar a Irán por vía terrestre para derrocar al régimen de los ayatolas (el verdadero objetivo del eje sionista «Washington-UE-Israel), le costaría a EEUU e Israel bajas humanas y pérdidas militares imposibles de mensurar.
Esta realidad es la que guía (y guió) el diseño de planes estratégicos orientados a desestabilizar Irán por medio de una guerra civil, y a generar consenso a eventuales operaciones militares aéreas contra instalaciones nucleares y militares. Esa es la lógica que conduce a la actual operación «caballo de Troya» con los reformistas.
Si el eje Washington-Tel Aviv decidiera invadir militarmente por tierra a Irán posiblemente el infierno de Irak o de Afganistán, o la ratonera del Líbano en 2006, lucirían como paseos turísticos comparados con lo que les depararía a sus tropas el gigante islámico de Medio Oriente.
Irán cuenta con un territorio cuatro veces mayor, y tiene un equivalente a casi tres veces la población de Irak.
Al mismo tiempo, el terreno de Irán es mucho más montañoso que el de Irak, y conforma el teatro ideal para la guerra de guerrillas, en la cual están entrenados alrededor de 500.000 mujaidines voluntarios preparados para ser movilizados en cualquier momento.
Para comparar, basta citar el ejemplo de Líbano en 2006, donde 30.000 soldados israelíes, con tanques, baterías de artillería, helicópteros artillados, cobertura aérea con misiles, bombas «inteligentes» y fuego naval, no pudieron doblegar a los 5.000 combatientes de Hezbolá entrenados por Irán y Siria.
En términos convencionales, las Fuerzas Armadas iraníes son las más numerosas y poderosas del Medio Oriente: cuentan con 1.000.000 de efectivos distribuidos entre el Ejército de Tierra, la Fuerza Aérea, la Marina y el Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI).
La doctrina y la estrategia de Defensa militar iraní, prevé la movilización, en caso de necesidad, de un «Ejército islámico» de 20 millones de personas sobre un total de más de 70 millones de habitantes.
Tanto hombres como mujeres, de 12 a 60 años, reciben preparación militar en las filas de las milicias populares, y en caso de guerra podrían ser incorporados a las Fuerzas Armadas regulares.
El Cuerpo de los Guardianes de la Revolución o Guardia Revolucionaria, considerado como el «ejército ideológico» del régimen, representa “un ejército dentro del ejército” ya que cuenta, además de sus fuerzas terrestres, con Fuerza Aérea y Marina propias, además de la policía y del resto de las fuerzas de seguridad bajo su control.
Además, los Guardianes de la Revolución cuentan con el «Kode«, un cuerpo de elite de 15.000 hombres cuya misión es organizar operaciones especiales en la retaguardia enemiga.
La Guardia Revolucionaria tiene bajo su mando a las milicias voluntarias (mujaidines), que cuentan con unidades de combate y un sistema de movilización permanente en todas las localidades.
Además de su excelente preparación militar, los soldados y mujaidines iraníes están mentalizados en una sólida formación «religiosa-doctrinaria» imbuida en los valores y preceptos del Islam, que los torna inmunes a operaciones de guerra psicológica convencionales (como ya se demostró con Hezbolá en Líbano).
Este escenario preliminar, referenciado por el poder militar y la capacidad de defensa de Irán, fue lo que determinó que el Pentágono, en la época de la dupla Cheney–Rumsfeld (después de evaluar costos y beneficios) descartara una invasión terrestre al país de los ayatolas.
Caballos de Troya
La realidad de un Irán inexpugnable por tierra, a su vez, determinó la necesidad de diseñar una estrategia de operación encubierta de infiltración en Irán con la finalidad de crear una división interna entre el poder teocrático y conservador de los ayatolas (que detenta el poder real y concentra todas las decisiones) y los sectores «reformistas» que se nuclean principalmente en la Universidad, el Parlamento y medios de comunicación.
El ese escenario, el objetivo del golpe «reformista» en curso no es otro que el de derrocar al régimen fundamentalista de los ayatolas y restaurar el dominio «occidental» sobre la economía y el petróleo iraní utilizando, a modo de «caballo de Troya«, no ya a la dictadura de un Cha de Persia, sino a una tercera parte de la sociedad iraní colonizada mentalmente con la sociedad de consumo capitalista.
Después de la invasión de Irak, en el 2003, y luego de consolidar el control sobre los militares y las corporaciones de inteligencia tras el 11-S, el lobby sionista de la Casa Blanca y el Pentágono, cuyos jefes eran el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa, Donald Rumsfel, se dedicó a la preparación de acciones encubiertas para apuntalar eventuales planes de acción militar contra Irán.
Según señalaba por entonces el influyente columnista de New Yorker, Seymour M. Hersh, los estrategas del lobby neocon planeaban complementar los «ataques militares preventivos» contra Irán y Siria, con operaciones encubiertas de la CIA orientadas a fortificar a los grupos opositores internos enfrentados al régimen autocrático de Irán, al que la inteligencia norteamericana continúa señalando como protector principal de los grupos «terroristas» que desarrollan su accionar en Irak y Medio Oriente.
Mediante amenazas constantes y veladas de represalia militar, y acusando a los clérigos de cobijar al «terrorismo de Al Qaeda» en territorio iraní, la Casa Blanca y el Pentágono de Bush intentaron precipitar reacciones sociales masivas de los reformistas del presidente Jatamí contra el régimen teocrático del ayatolah Jamenei.
Intentaban poner una cuña de enfrentamiento armado entre «reformistas» y «fundamentalistas«, con la finalidad de debilitar al régimen iraní y conseguir consenso social y político para un ataque militar a las instalaciones militares y nucleares estratégicas de Irán.
Su objetivo principal estaba dirigido a conseguir que fueran los propios sectores «reformistas» iraníes los que se enfrentaran a los ayatolas «protectores de terroristas«, para promover un «golpe democrático» interno, o una «revolución reformista«, que sirviera de columna vertebral para derrocar al régimen teocrático instalado con la revolución islámica de Komeini en 1979.
La operación respondía a un diseño general estratégico orientado a armar «caballos de Troya» en el mundo árabe y musulmán, usando como pretexto el combate «democrático» contra el «terrorismo» y las «dictaduras«.
No se trataba de otra cosa (y como fue plasmado en el discurso de la segunda asunción de Bush) que de la complementación de la «guerra contra el terrorismo» con el combate contra las «tiranías» mediante «procesos democráticos» instaurados en todo el tablero del mundo árabe y musulmán.
La primera experiencia en 2003
La primera fase del plan para dividir Irán, tuvo una operación inicial de alto impacto en junio de 2003 , cuando durante seis noches consecutivas, miles de estudiantes y militantes del reformismo se lanzaron a las calles a protestar y a pedir «la horca» para el jefe espiritual de Irán, el ayatolah Jamenei, y fueron duramente reprimidos por las milicias y las fuerzas de elite del régimen teocrático que mantiene un férreo control sobre la policía y las fuerzas armadas.
El gobierno y los servicios de inteligencia iraníes señalaban por entonces que la CIA infiltró estos movimientos con la intención de crear un «clima preparatorio» de agitación social, y desde ahí avanzar con cuadros entrenados a un enfrentamiento armado abierto en las calles en un estado de virtual guerra civil.
Desarrollando la misma lógica y metodología que utilizaron contra Saddam Hussein antes de la invasión a Irak, se intentaba crear un clima de revuelta contra el poder teocrático de los clérigos con la finalidad de debilitarlo, y consolidar una alianza con los reformistas que les otorgase consenso social y político para un ataque militar ya planificado por el Pentágono, señalaban por entonces analistas del mundo árabe.
Los halcones neocon del Pentágono creían que una fuerte presión social sobre el régimen iraní podría desatar una revuelta interna contra el gobierno islámico de Teherán, de la misma manera que predecían que Saddam iba a ser eliminado por una sublevación interna antes de la guerra.
Mientras se desarrollaba el plan desestabilizador en Teherán, en junio de 2003, George W. Bush decía sugestivamente por cadena nacional que las manifestaciones en Irán «son una señal «positiva» y «el comienzo de la expresión popular por un Irán más libre».
Durante la primera experiencia subversiva de laboratorio para desestabilizar Irán, y mientras crecía la violencia en las calles de Teherán, el ayatola Alí Jamenei advirtió a los manifestantes que si no desistían tendrían que enfrentar las consecuencias represivas más duras, recibiendo como respuesta un incremento de los disturbios.
Finalmente, el régimen iraní lanzó sobre los bastiones golpistas una feroz operación represiva combinada de milicias, policías y fuerzas especiales que culminó con un baño de sangre y la muerte de centenares de estudiantes y militantes que -según los «reformistas»- las estadísticas oficiales ocultaron celosamente.
La experiencia bis
Tras los comicios del 12 de junio de 2009 que consagraron la reelección de Ahmadineyad por el 63% de los votos (y a 6 años de la primera experiencia desestabilizadora con Bush), nuevamente la chispa de la subversión interna fue lanzada a través del candidato reformista derrotado, Musavi, bajo consignas de acusaciones de fraude.
Ya no se pedía la «horca» para el ayatola Jamenei como en 2003, sino que se pedía la anulación de las elecciones y la renuncia del «dictador» Ahmadineyad.
«¿La historia se repite? Washington ha renunciado a atacar militarmente a Irán y ha disuadido a Israel de tomar esa iniciativa. Para conseguir «cambiar el régimen», la administración Obama prefiere jugar la carta –menos peligrosa aunque más incierta- de la acción secreta», señala desde Red Voltaire, Thierry Meyssan.
Para el analista francés, «Dichas manifestaciones reflejan una profunda división en la sociedad iraní entre un proletariado nacionalista y una burguesía que lamenta su marginación de la globalización económica. Actuando bajo cuerda, Washington intenta influir en los acontecimientos para derrocar al presidente reelegido».
Tras el derrocamiento del Sha en 1979, y la posterior expulsión de EEUU por la Revolución Islámica del ayatola Komeini, la CIA realizó diversas operaciones de infiltración frustradas para derrocar al régimen nacionalista islámico que controla el poder militar y económico en Irán.
Los sucesivos intentos de la inteligencia norteamericana por desestabilizar al gobierno de Komeini fueron neutralizados sistemáticamente y sus agentes fueron detectados y ejecutados por las fuerzas del régimen nacionalista islámico.
Habiendo fracasado sus operaciones encubiertas en Irán, EEUU decidió invadir militarmente a ese país utilizando a Saddam Hussein y a su ejército por entonces armado y entrenado por la CIA y el Pentágono.
Tras una larga guerra Irak-Irán que abarcó casi toda la década del 80, y produjo un millón de muertos entre civiles y militares, Saddam y el régimen iraní firmaron un final de las operaciones militares, con el cual fracasó el intento de EEUU por reapoderarse del petróleo iraquí.
Posteriormente, y tras la Primera Guerra del Golfo en la década del 90, la CIA retomó sus contactos con el régimen iraní de los ayatolah con el objetivo de organizar la desestabilización del líder iraquí desde territorio iraní.
Desaparecido Saddam Hussein tras la ocupación norteamericana de Irak, se produjo una nueva ruptura de vínculos entre EEUU y el gobierno teocrático del ayatola Jamenei, que ya preveía que el próximo objetivo militar del Pentágono sería Irán.
El laboratorio de Obama
A diferencia de Bush y los halcones, la estrategia de la administración de Obama parece centrarse en una línea más sutil de «guerra por otras vías», explotando el flanco de debilidad interna (la división entre «fundamentalistas» y «reformistas») y disimulando el objetivo con una aparente «neutralidad» en el conflicto.
Ya no se trata de una revuelta abierta contra el poder de los ayatolas, como en junio de 2003, sino de una pulida operación de guerra psicológica en el frente social que utiliza a la oposición «reformista» iraní como un caballo de Troya para desgastar el poder de los ayatolas y deslegitimar el triunfo de Ahmadineyad en las urnas.
Para tener en claro como se desarrollan (y hacia qué blanco apuntan) los hechos del laboratorio desestabilizador en Irán, hay que partir de un principio: No hay un solo Irán sino que existen «dos Irán».
El primer Irán, islámico confesional, marcadamente antisionista, anti-Israel y anti-EEUU, se representa en el Estado y en el gobierno de los ayatolas que controlan con mano de hierro los dos enclaves estratégicos del poder iraní: la economía y las fuerzas armadas y de seguridad.
El segundo Irán se representa en el sector de los «reformistas» (un segmento de la sociedad formado en la ideología «liberal» y en las pautas de la sociedad de consumo capitalista occidental) cuyo emergente social y su ideología «occidentalizada» son incompatibles con el fundamentalismo religioso del régimen teocrático de los yatolas.
El primer Irán está en guerra contra Israel y EEUU, y el segundo quiere fusionarse con la «civilización occidental» y negociar pautas de convivencia con Israel y EEUU.
Como concepto central hay que precisar que el «Irán reformista» es tan o más enemigo del «Irán fundamentalista» como lo son Israel y EEUU.
Durante siete días el círculo de la operación golpista se cerró con sus cuatro actores principales: El «fraude», la «protesta popular», los muertos y la presión internacional para obligar al gobierno de Irán a suspender las elecciones.
En este contexto, el plato está servido para que los servicios de inteligencia estadounidenses y europeos (principalmente británicos), infiltrados en las usinas «reformistas» de la Universidad y de los medios de comunicación iraníes, completen el escenario para hacerle perder el control de la situación al régimen de los ayatolas.
Esta es la razón central que explica porqué las clases medias y altas «reformistas» iraníes son el natural elemento de infiltración de las potencias sionistas para derrocar a los ayatolas y a su gobierno hoy conducido por Ahmadineyad.
En ese escenario, y como complemento del plan militar, el proyecto estratégico de EEUU, Israel y las potencias sionistas aliadas, no gira alrededor de la destrucción de Irán, sino alrededor del fin de régimen de los ayatolas.
Las líneas matrices
Como ya lo advertimos: El enfrentamiento interno no es solamente una pelea por el control político, sino que es una guerra excluyente entre dos sectores del poder que sólo va a terminar cuando uno suprima al otro, y viceversa.
En primer lugar: Las líneas matrices del enfrentamiento y la división no nacen de la calle, sino que surgen del propio seno del régimen republicano teocrático y se proyectan como una frontera divisoria con consignas, banderas y radios de acción en la sociedad iraní.
La división y el enfrentamiento entre «reformistas» y «fundamentalistas» en la sociedad iraní (que sólo la contención militar impide que lleguen a un enfrentamiento armado) parte de las cúpulas, donde un sector (el que expresa a los «reformistas» en el entorno de los ayatolas) busca claramente una línea de acercamiento negociador con EEUU y las potencias occidentales, y el otro sector (que expresa la estructura oficial en manos del ayatola Jamenei) desafía el poder de las potencias, amenaza la supervivencia de Israel e intenta proyectar a Irán como potencia nuclear.
Lo que hoy está sucediendo en Irán tiene una importancia estratégica fundamental para el destino del planeta por dos razones principales:
A) Desde el punto de vista geopolítico y militar estratégico, Irán está alineado dentro de uno de los ejes (Rusia, China y las potencias emergentes asiáticas) que disputa una guerra (por ahora fría) por el control del petróleo y de los recursos estratégicos del planeta con el eje occidental EEUU-Unión Europea.
B) Desde el punto de vista geoconómico, Irán es un jugador clave en el tablero de la guerra por el control de los recursos energéticos del denominado «triángulo petrolero» Eurasia-Cáucaso-Medio Oriente.
El entramado estratégico de las redes energéticas del eje Eurasia-Cáucaso-Medio Oriente (más del 70% de las reservas mundiales) define no solamente el destino del planeta a corto y mediano plazo sino que también define si el planeta va a llegar a su destino vivo o muerto.
Todos los conflictos que hoy se desarrollan en el planeta (sean de orden político, militar o social) abrevan en forma subsidiaria en esa guerra subterránea intercapitalista por el control de los recursos estratégicos claves para la supervivencia futura de las potencias capitalistas.
Las potencias que no cuenten en un corto plazo con petróleo, gas y recursos como el agua y la biodiversidad (los grandes pulmones verdes) hoy contaminados y amenazados de extinción, tienen pocas posibilidades de supervivir.
EEUU solo puede satisfacer un 25% de sus necesidades energéticas (con recursos que se agotan), y la Unión Europea es totalmente dependiente en provisión de gas y petróleo.
China (al igual que India, Japón y las potencias asiáticas) necesitan del petróleo y el gas (bombeados principalmente por los corredores rusos) para supervivir como superpotencias industriales.
Esta es la razón principal que impulsa una guerra intercapitalista (por ahora larvada) entre el eje de potencias emergentes, por un lado, y el eje de las potencias hegemónicas occidentales, por el otro.
Los países que concentran recursos estratégicos esenciales para la supervivencia de la civilización capitalista (como es el caso de Irán y de las naciones petroleras del mundo islámico) van a ser el teatro de operaciones de esos conflictos que hoy permanecen latentes y a la espera de un detonante.
Este escenario (con desenlace en un corto plazo) convierte a Irán en un país clave para el futuro inmediato del sistema capitalista donde las potencias buscan posicionarse para supervivir en un planeta donde el petróleo y los recursos estratégicos se agotan.
Un nuevo estallido militar de la guerra energética, tanto en el Cáucaso (con Rusia como protagonista) como en Medio Oriente va a tener a Irán como un protagonista central.
Irán, un gigante que comparte fronteras con Irak, Turquía, Afganistán y Pakistán, que limita al noreste con el Mar Caspio y toca al suroeste sus fronteras con el Golfo Pérsico, se convierte en la caja de resonancia estratégica de cualquier conflicto que estalle en el Cáucaso o en los corredores euroasiáticos del gas y petróleo.
Tanto Pakistán (un gigante islámico con poder nuclear) y Afganistán (dominado por un conflicto armado con los talibanes) conforman una llave estratégica para el dominio y control militar del llamado «triángulo petrolero» (Mar Negro-Mar Caspio-Golfo Pérsico), donde se concentra más del 70% de la producción petrolera y gasífera mundial, un elemento clave para la supervivencia futura de las potencias capitalistas del eje USA-UE.
Irán, que controla el Estrecho de Ormuz, por donde pasa el 40% de la producción mundial petrolera, además -con su posibilidad de tener un bomba nuclear- pone en peligro la supervivencia del Estado de Israel y la supremacía del control económico, geopolítico y militar estratégico del poder imperial USA-UE en la decisiva región del Medio Oriente y del Golfo Pérsico.
Así como Rusia representa para el eje USA-UE la «barrera» geopolítica y militar a vencer para la conquista de Eurasia y de sus recursos energéticos (vitales para la supervivencia futura del eje USA-UE), Irán es la piedra que hay que remover para complementar el control sobre las rutas y las reservas energéticas del Medio Oriente.
En estas líneas matrices, y no como resultante de una disputa electoral, hay que buscar la resolución de la trama y el desenlace del conflicto iraní que la prensa internacional y sus analistas presentan como una pelea electoral en «fundamentalistas» y «reformistas».
En resumen, por las líneas fronterizas de Irán hoy se escriben a corto plazo los ejes matrices y las coordenadas de un desenlace internacional de la guerra intercapitalista por el petróleo y los recursos estratégicos.
«Reformistas» y «fundamentalistas» son solo piezas funcionales de ese tablero en Irán.
Fuente: IAR Noticias
(*) Manuel Freytas es periodista, investigador, analista de estructuras del poder, especialista en inteligencia y comunicación estratégica. Es uno de los autores más difundidos y referenciados en la Web.
Este artículo fué publicado con anterioridad por el webmaster del sitio Libertaliadehatali’s Blog, en la entrada: Caballo de Troya: Cómo funciona el “golpe de la CIA” en Irán, así que los créditos son suyos. ¡Gracias camarada por tu trabajo!